Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico en Sicilia

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El 20 de agosto de 1535, después de tres largos días de navegación, Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico desembarcó en Trapani: esta es la fecha de inicio del viaje que lo condujo, y ahora nos llevará a nosotros, a una aventura dentro de Sicilia.

La ciudad de Trapani contaba con unos quince mil habitantes y era definida como la «llave del reino»: su puerto estaba lleno de gente, negocios, intercambios comerciales y militares. Si paseamos por la zona portuaria, todavía parece escucharse el ruido de un puerto en plena actividad y el alma de una ciudad rica y vital que supo sacarle provecho al mar.

El emperador permaneció aquí algunos días, y nosotros vamos a hacer lo mismo: visitamos el palacio Pepoli, lugar en el que nuestro protagonista se alojó, y la catedral, donde tuvo lugar la confirmación de los privilegios a la comunidad de Trapani y a sus ciudadanos.

Luego salió de Trapani y llegó a Alcamo, una poblada ciudad feudal donde pasó dos noches en su imponente castillo del siglo XIV. Desde aquí también podemos optar por explorar los castillos del oeste.

Por el momento, vamos a continuar siguiendo los pasos de Carlos I de España, y partimos hacia Monreale, un pequeño centro de cuatro mil habitantes que giraba en torno a la abadía y el Duomo (la catedral), resplandeciente gracias al oro de sus mosaicos y la majestuosidad de los ábsides.

La parada sirvió para preparar la llegada a Palermo: la entrada triunfal a la ciudad se realizó desde la Porta Nuova medieval, adornada para la ocasión con guirnaldas y escritos que celebraban al soberano y sus victorias militares. Seguimos su camino: de espaldas a la Porta Nuova, avanzamos por corso Vittorio Emanuele, el Cassaro de entonces, y llegamos a la catedral. Miramos a nuestro alrededor como queriendo buscar esas cortinas rojas y amarillas que adornaban las casas nobles, decoradas para la ocasión. A la altura de la iglesia de San Antonio Abad, el cortejo se dirigió hacia el corazón de la ciudad mercantil, la piazza San Francesco (plaza de San Francisco), centro de la magnífica ceremonia.

El edificio que lo acogió fue el español Palacio Ajutamicristo, uno de los edificios más suntuosos de la ciudad: durante sus días en Palermo, tuvo que atender muchos compromisos políticos, pero esto no le impidió vivir como un siciliano, visitar los monumentos, descubrir y dejarse impresionar por las costumbres de una ciudad seductora y cosmopolita, participar en atracciones, torneos y espectáculos intercalados con las audiencias concedidas en el Palazzo Steri.

Según la leyenda, visitó el monasterio de la Martorana y, para remediar la falta de frutos que crecían habitualmente en el exuberante jardín del monasterio, las monjas idearon la famosa fruta martorana para complacer a su invitado.

La multitud lo saludó alegremente desde la Porta Termini y el Ponte dell’Ammiraglio (puente del almirante) cuando se marchó de la ciudad, después de un mes de estancia.

Antes de llegar a Mesina, como dicta la tradición, se detuvo a darse un baño en las termas de Termini Imerese de las cuales, ya entonces, se conocían las propiedades terapéuticas: nosotros también nos concedemos una pausa, porque nos espera un largo camino. Pero no te preocupes, no faltarán oportunidades para disfrutar del bienestar y la relajación. De Sicilia se dice que es un spa al aire libre.

Para llegar a Mesina se puede recorrer la ruta de Mesina hacia las zonas marinas o las montañas. La presencia de piratas y bandidos a lo largo de las costas obligaban a recorrer la carretera de montaña: la dificultad del camino se recompensaba con la visita a los centros de Madonia como Polizzi, Petralia Soprana y Gangi, donde lo recibieron los lugareños.

Su parada en el convento de Gangi Vecchio es recordada por un escudo imperial colocado en la entrada principal. Nos detenemos para fotografiarlo e inmortalizar su presencia y la nuestra (y hablando de autorretratos, ¡aquí tienes los lugares más increíbles y curiosos de Sicilia para inmortalizar tu mejor sonrisa!)

En Troina, ciudad pequeña y prestigiosa, la historia se entrelaza con la tradición: se cuenta que tres jinetes a caballo recorrieron el estrechísimo corso Ruggero, abarrotado de gente, con flores en las manos y sobre el hombro una alforja llena de turrón con almendras, sésamo y miel cortado en pequeños trozos, la llamada cubbaita, que lanzaban galantemente a las señoras que se asomaban a los balcones. Probamos un poco para evocar esos momentos.

Carlos I de España se dirigió hacia la pequeña y prestigiosa Randazzo, pero antes se detuvo en la abadía de Maniace.

Vamos al antiguo Palacio Real aragonés y nos asomamos por su ventana amurallada: desde allí el emperador saludó conmovido a la multitud alegre pronunciando la frase «¡sois todos caballeros!». A nadie, después de él, se le permitió asomarse por esa ventana, para honrar ese gesto durante toda la eternidad.

El viaje del cortejo imperial descendió por el valle de Alcántara y, cerca de uno de los lagos, llamados gurnas, mató a un pato: desde entonces ese lugar se llama Gurna dell’Imperatore. Nos sumergimos en ese lugar maravilloso y lo recorremos con el asombro que solo la naturaleza puede regalar.

Siguiente parada: Taormina. Es difícil imaginar la Taormina de entonces, encerrada en sus murallas medievales, una visita obligada por su belleza, tanto hoy como entonces. De Taormina a Mesina, el camino en las empinadas laderas de los Peloritanos no fue fácil de recorrer: «…los robustos aldeanos se apresuraban a su alrededor… y le servían de escolta a lo largo de los senderos escarpados y abruptos de la isla».

Para nosotros será más fácil recorrerlo, pero antes nos detendremos, al sur de Mesina, en el monasterio de San Plácido Caloneró, donde el mismo emperador se detuvo, probablemente agotado por las fatigas del viaje: en su honor el abad mandó realizar un busto que aún sigue existiendo.

Hemos llegado a la meta de nuestro viaje, la gran Mesina, una de las ciudades más pobladas de Italia en la época: para su llegada, Polidoro da Caravaggio y el matemático Francesco Maurolico mandaron construir tres arcos triunfales con los símbolos queridos por el emperador: la concordia, la paz y la victoria, y unos carros triunfales que lo acompañaron hasta la catedral.

Termina aquí nuestro viaje junto al emperador, quien, tras cruzar el estrecho, se llevó consigo el alegre estruendo que la vivaz población de Sicilia logró brindarle, una confortante alegría en espera de las inminentes batallas.

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